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Maite Carranza

Palabras envenenadas

Maite Carranza hacía tiempo que quería abordar el tema de los abusos sexuales a menores, y se puso a ello inspirada por lao casos de las dos mujeres austríacas —Natasha Kampusch y Elisabeth Fritzl— retenidas durante años por sus captores en sendos zulos en los que eran violadas repetidamente. Consciente de que la realidad vivida por estas víctimas supera cualquier ficción por truculenta o retorcida que pudiera ser, la escritora no ha querido rizar el rizo; ha preferido poner al descubierto el complejo marco de dominación del fuerte sobre el débil, de silencios, mentiras, complicidades, tabúes y miedos que posibilita que situaciones así prosperen sin que nadie lo note. Y lo ha hecho haciendo literatura, presentando los hechos bajo una estructura de thriller angustioso, con narradores alternos, incluida la propia víctima, a través de cuyos testimonios, pensamientos, investigaciones u acciones, se va despejando el misterio de la desaparición de Bárbara Molina, de 15 años. Han pasado cuatro años desde entonces, y el inspector a cargo del caso se jubila; en su último día de trabajo lo resolverá gracias a una pista nueva. La suya es una carrera contrarreloj, como lo es para Bárbara.

El thriller funciona como un reloj y le permite al lector ir adivinando quién es el culpable; o quizá deberíamos decir el ejecutor, porque “culpables” son también los que han traicionado a la víctima o no han querido ver la realidad. La novela aborda el tema sin concesiones y con toda la complejidad psicológica y emocional que conlleva un caso de estas características. Al margen del inspector, los otros personajes sobre los que se apoya la trama son la madre de Bárbara y la amiga íntima de la víctima; las dos únicas personas que podrían haber sospechado lo que le ocurría a la chica. Pero Carranza no les da voz directamente; un narrador omnisciente nos cuenta lo que hacen o piensan Salvador, Nuria y Eva, sólo Bárbara habla por sí misma, y este contraste es de por sí ya perturbador. Ponerse en la piel de una víctima de abusos era un reto, y la autora ha sabido hacerlo con delicadeza, valentía y acierto; no es un retrato plano o estereotipado, sino lleno de sentimientos contradictorios con respecto al abusador y al resto de personajes próximos.
Un gran cambio de registro de Carranza después de su travesía por la fantasía, una novela escrita con el corazón caliente y la cabeza fría, una denuncia clara del poder del fuerte sobre el débil, del hombre sobre la mujer, que le ha valido el Premio EDEBÉ 2010. Una lectura recomendada a partir de los 16 años, pero que aconsejaríamos a partir de los 12 porque es también un aviso para futuras víctimas, y los abusos, por desgracia, comienzan mucho antes.

(Maite Ricart. "A las mujeres que sufren", El Mundo, 15 d'abril de 2016)

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Bárbara Molina lleva cuatro años desaparecida, transformándose en la obsesión de tres personas: su madre, su amiga y el policía que lleva el caso. Veinticuatro horas y una llamada serán suficientes para iniciar la búsqueda definitiva de esta adolescente. La autora construye una vertiginosa novela coral, que profundiza en la psiquis de esos cuatro personajes y con los que se teje una bien urdida trama de suspenso. La cuidadosa construcción de estas cuatro voces desvelan los irreparables daños psicológicos que causa el abuso sexual infantil y juvenil tanto en las víctimas como en sus familias. Un novela de denuncia, contemporánea, aplaudida en España y reconocida con numerosos premios. Un tema complejo, aleccionador, tratado con una narrativa evocadora, pero contundente y sin panfletos.

(Freddy Gonçálvez. Banco de Libros de Caracas, 2013)

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Maite Carranza (Barcelona 1958) es una de las voces más personales de nuestra literatura juvenil. Y esta hermosa, valiente y arriesgada novela lo confirma con creces. Pero no voy a desvelar el desenlace, sorprendente, que golpea al lector en el sentimiento y en el interés lector, que se desboca página a página hasta atraparnos irremediablemente. No voy a desvelar el desenlace, pero sí a repetir como en la novela (p 232) “cuántas chicas como Bárbara deben vivir en la oscuridad y condenadas al silencio”. Y es que en Palabras envenenadas se palpa la dureza de la soledad, el silencio y el miedo y se convierte así en un relato escalofriante que disecciona la hipocresía de la sociedad moderna.

El caso se centra en la desaparición, hace cuatro años, de Bárbara Molina, entonces de quince años. Una llamada reabre el caso, y en un día trepidante con multitud de claves abiertas, se llega a la solución del mismo, cuyo eje pivota en los abusos sexuales a los que fue sometida Bárbara, que, en la magnífica disposición narrativa de la obra, nos relata el lugar donde está encerrada, cómo transcurre allí su vida, los pensamientos que se agolpan en su mente, la búsqueda de la huida... En esta disposición, los capítulos se alternan con las posturas de los personajes cercanos a la joven: Nuria Solís, la madre que, angustiada, ha pensado incluso en el suicidio; Eva Carrasco, la amiga que se reprocha no pocas actitudes hacia ella... Y sobre todo, el detective Lozano que se jubila ese mismo día y quiere dejar el caso cerrado antes de pasárselo, al día siguiente, al joven inspector Toni Sureda. Todos esos personajes reconstruyen su vida anterior y se muestra así el contraste entre aquella y la actual. De ahí surgirá la luz que aclare, dolorosamente, la razón de la desaparición.

La historia está exquisitamente contada desde el plano literario. Con un prosa fresca, vigorosa, descarnada a veces, dibuja los sentimientos (angustia, sensaciones, relaciones entre padres e hijos...) con gran precisión.

No se puede obviar, en esta contemplación del conjunto, el rompecabezas múltiple en que se convierte la trama, que atrapa al lector y, como consecuencia, le obliga a acelerar el ritmo de la lectura.
En Palabras envenenadas Maite Carranza confirma, una vez más que es una excelente narradora, una excelente contadora de historias. Por estas razones recomendamos su lectura. De verdad.

(Alfonso García. "Una novela hermosa y arriesgada", Diario de León, 12 de setembre de 2010)