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Maite Carranza

Revista Primeras Noticias (2002)

¿Cuáles eran las lecturas favoritas de su infancia y juventud?
—Entre muchas otras, las que más recuerdo son las de Guillermo Brown de Richmal Crompton. Soy de los fans de Guillermo Brown en detrimento de los libros de Enid Blyton, que también los leí, pero siempre los encontraba ramplones y cursilones. El personaje de Guillermo Brown era un proscrito, un rebelde, un niño transgresor. Por contra, los de Enid Blyton siempre eran colaboradores con la justicia, con los padres y con la familia.
Además, recuerdo muchas otras lecturas como Julio Verne (evidentemente), Zane Grey, Louisa Mary Alcott. Lecturas también muy clásicas, que extraía de la gran biblioteca de mis padres.

¿Usted de pequeña fue una buena lectora o su afición fue posterior?
—Fui una lectora voraz. Incluso mis padres me amenazaban con que me quedaría ciega. En la actualidad difícilmente unos padres pueden amenazar a sus hijos por leer. Esto que ahora no ocurre con la lectura, sí que sucede en la misma proporción con los niños que ven mucho la televisión o juegan a videojuegos. Yo me comparo con ellos: la lectura, al igual que los videojuegos y la televisión era un medio de escapar, de vivir en otro mundo de fantasía.

¿Reconoce en su trabajo actual la influencia de alguna de esas lecturas?
—Yo creo que todo queda. Lo que hemos oído, lo que hemos visto, lo que hemos vivido en carne propia y, evidentemente, lo que hemos leído. Y hay lecturas que, aunque no recordemos con exactitud su argumento, forman parte de nuestros recuerdos personales.

Usted estudió antropología ¿Cuándo nació su vocación por la literatura?
—Desde siempre he tenido esa inquietud por la literatura. Siempre me había preguntado acerca de cómo debían trabajar los escritores. Además, me gustaba muchísimo realizar redacciones y escribir cuentos.
Creo que, como la mayoría de escritores reconocen, la vocación por la literatura no surge de repente, sino que hay una afinidad con algo con lo cual uno se siente muy a gusto.
Cuando de pequeña me pedían que hiciera una redacción libre o un cuento, era todo un placer para mí. Incluso, una amiga y yo escribimos una novela cuando teníamos sólo siete años.

Durante aproximadamente diez años fue profesora de Lengua y Literatura en un instituto de Bachillerato. ¿Qué recuerdos tiene de esa experiencia?
—Pues que era muy joven y tenía mucha energía, porque bregar con chavales de entre 14 y 18 años era muy duro. Yo tenía muchas energías y cambiaba cada año el programa... Me lo pasaba muy bien. Yo creo que apuré mucho la experiencia y cuando empecé a ver que había llegado a un punto en el que creí que en lugar de ir adquiriendo experiencias nuevas, realmente volvía hacia atrás, entonces me sentí frustrada. En el momento en que un trabajo deja de gustarte, puedes optar por resignarte, pero yo siempre he intentado buscar esa vinculación con el trabajo, que éste forme parte de tu vida y que al mismo tiempo de ser divertido, te permita aprender, sea estimulante y te apetezca cada día seguir avanzando.

La sociedad ha descargado sobre la escuela gran parte de la responsabilidad de acercar a los niños y jóvenes a la lectura. ¿Qué opina de este hecho?
—Que no hay que generalizar. Hay padres que van a comprar libros con sus hijos, que les regalan libros por navidad, por su cumpleaños, que los leen con ellos... Conozco a muchísimos padres que leen un cuento cada noche a sus hijos desde que nacieron. Sí, evidentemente la mayoría de padres confían en que la escuela, además, les estimule el amor por la lectura, pero no creo que se deba generalizar.

¿Cómo ve los programas de animación a la lectura que se llevan a cabo desde el ámbito educativo? ¿Cuál cree que debería ser el papel de los escritores en estos programas?
—He participado en algunos programas de animación lectora y siempre me ha parecido mejor que éstos existan. El hecho de que un autor vaya a charlar con los chavales y se haga todo un trabajo en torno a un libro, puede ser ese estímulo, ese motivo que acerque al niño a la lectura: porque todos los compañeros han leído lo mismo, porque se habla sobre ello, porque hay un trabajo enriquecedor. Sin embargo, también hay que tener en cuenta que la forma en que los profesores lo enfocan, hay quien realiza un trabajo loable, y otros que, puede que por falta de experiencia, lo que consigan es aburrir al alumnado. Pero en general, mi valoración es positiva.

Desde su punto de vista, ¿Debe obligarse a leer a los niños/as?
—Obligarse, no. Estimularlos a leer, sí. A la fuerza, si alguien no desea hacer algo, es muy difícil que finalmente acceda y lo haga con motivación. Ahora bien, engañarlos un poquitín, sí. Y cuando digo engañarlos, me refiero a seducirlos, llevarlos de la mano. Después, que los niños se conviertan en lectores asiduos o no, ya dependerá de ellos, pero ese primer paso yo creo que, con un poco de argucia e ingenio, se puede conseguir siempre.

¿Cómo fueron sus inicios en el mundo de la literatura infantil y juvenil? ¿Le costó abrirse camino en él?
—Yo no puedo quejarme, no pasé por ningún calvario de novelas olvidadas en el cajón sin que nadie las publicara, pero sí que tuve algunas primeras impresiones sorprendentes.
Personalmente no procedía del mundo de la literatura infantil, sino que aterricé en él, se puede decir que, desde la ignorancia. Eso, por una parte, me dotó de una naturalidad que quizás si yo hubiese conocido ese ámbito, no tendría. En mi primera obra, Ostres, tu, quin cacau!, podría decirse que lo que yo hice fue un sacrilegio, aunque yo lo ignoraba. No pensé que pudiera levantar tanto revuelo o que podría haber tanto escándalo. Creo que si lo hubiera pensado, no la habría escrito o me hubiera reprimido. Pero por la propia ignorancia...
La editorial que debía publicarla en un principio, la censuró. Consideraba que daba mal ejemplo a los niños, que había muchos conceptos antipedagógicos y no podían editar un libro como ése. Creí que me había equivocado, pero entonces otra editorial la aceptó. Una vez publicada la novela tuvo mucho éxito y, al mismo tiempo, creó bastante polémica. Esa polémica a mí me afectó en una segunda novela, en la que bajé el nivel de provocación de contenidos. Me reprimí.
Con la tercera novela en concreto, gané el Premio Folch y Torras y, simultáneamente, a la primera le dieron al Premio Serra d'Or. Entonces me di cuenta que se debe escribir lo que uno desea, y no lo que a los demás les parezca que es lo correcto.

—Ostres, tu, quin cacau! fue su primera novela y, con ella, obtuvo el premio de la Crítica "Serra d'Or", ¿Qué significó este premio para su carrera?
—No es un premio con asignación económica, pero a mí me hizo mucha ilusión y supuso un reconocimiento. Darte cuenta de que no te has equivocado, porque, como ya he dicho, durante un año tuve grandes dudas al respecto, pensé que quizás había ido demasiado lejos, sin pretenderlo.

¿Qué le hace comenzar un nuevo libro?
—Las ganas. La inquietud. El placer por escribir. Yo creo que un libro surge por necesidad. Es decir, no es nada racional, no es una voluntad, no es plantearse un nuevo reto.

¿Existe la inspiración?
—Existe, pero no puedes confiar en ella exclusivamente. Es decir, hay recursos de creación que una vez conocidos los puedes ir aplicando sistemáticamente. También hay metodología para la inspiración.

¿Qué temas le inspiran más?
—En el campo de la literatura infantil, yo diría que me inspiran mucho las vivencias cotidianas. En algunos momentos, en literatura infantil he ensayado temáticas fantásticas. Soy una gran lectora y amante de la ciencia ficción y la literatura fantástica, pero normalmente no me inspira, habitualmente me siento más implicada con situaciones de la vida cotidiana.

Cuéntenos el proceso que sigue al crear una nueva obra. Supongo que, con tantas obras publicadas (Si no lo tengo mal entendido, escribió en menos de diez años, del 86 al 95, unas 35), debe de ser muy metódica en su trabajo.
—Soy muy rápida escribiendo, lo reconozco. Hay autores lentos y otros rápidos, y yo a veces peco por excesivamente rápida. A pesar de ser rápida, tengo muy claro lo que voy a escribir. Primero hago un esquema, me planteo los personajes, tengo claro el mecanismo, y además me hago un guión de cada capítulo, o sea, distribuyo la historia, el relato en los capítulos que voy a escribir. Pero, por el camino voy encontrando muchos hallazgos, y lo que procuro es no alejarme de la idea inicial o, en todo caso, si encuentro una resolución mejor de la que tenía pensada, modifico a priori la dirección de la historia.

Además de ser escritora de literatura infantil y juvenil, usted ha trabajado como guionista para diferentes programas, series y telefilmes para la televisión. ¿Qué diferencias o similitudes encuentra entre el ámbito literario y el televisivo?
—Existen muchas diferencias, pero en el fondo la función o la tarea del escritor es la misma: escribimos con palabras, creamos argumentos, concebimos historias y las estructuramos. En el ámbito del guión, la responsabilidad última nunca es del guionista. Éste siempre forma parte de un equipo, al que le influencia todo un proceso de producción muy complejo. Por tanto, el resultado final nunca es lo que el guionista ha concebido en su intimidad.

¿Ha influenciado su labor como guionista de televisión en su obra literaria?
—Muchísimo. Además, no creía que pudiese haber una relación tan directa entre el trabajo como guionista y el de escritora de literatura infantil. Sobre todo, me influye en la concepción de estructuras.

En la obra ¿Quieres ser el novio de mi hermana?, con la que ha ganado el último Premio Edebé de Literatura Infantil, utiliza la voz narradora de la joven protagonista.
—Sí, lo hice precisamente para alejarme del guión televisivo o de cine. En el guión la voz en off no se utiliza, todo es muy objetivo y no hay apenas subjetividad. Utilizar la voz en off en un guión es un recurso pobre, teniendo en cuenta que debes explicar dramáticamente lo que le está sucediendo a un personaje sin que éste lo diga. Es un recurso fácil en el guión, pero literariamente, es válido.

¿Qué destacaría de este libro?
—Que lo escribí con muchas ganas, con lo cual es un relato muy sincero y fresco. En este libro, recupero la naturalidad al redactar, sin pensar en cuáles son las exigencias del mercado, las exigencias editoriales, o del mundo actual de la literatura.

¿Por qué recomendaría su lectura?
—Para pasar un rato divertido. Cualquiera puede identificarse con uno de los personajes de la familia protagonista y, ese vernos reflejados en un mundo de humor, puede distanciarnos de nuestros propios problemas.

¿Qué ha significado para usted conseguir el Premio Edebé?
—Significa un regreso, muy honorable, a un mundo al cual me apetece continuar perteneciendo, el mundo de los escritores de literatura infantil; y además, también me ha hecho pensar que aún tenía un hueco en este mundo del cual me había alejado voluntariamente.

¿Qué motivos le impulsaron a presentarse al Concurso?
—Pues la frustración de haber publicado una novela para adultos, Sin invierno, en la cual invertí un año y medio para escribirla y, después, apenas fue publicitada. Tuvo una vida muy efímera y siempre pensé que era una lástima, porque es una novela de la cual me siento orgullosa.

En este punto de su carrera profesional, ¿qué le gustaría escribir y no ha escrito?
—Yo siempre digo que hay un paso más. A mí me gustaría dirigir, puesto que sería ir un paso más allá. En literatura, a pesar de haber escrito ya una novela para adultos con la que, en algunos momentos, he disfrutado muchísimo, me apetece escribir otra en la que se desarrolle mi compromiso como escritora, una novela de compromiso.

¿Está trabajando o tiene en mente nuevos proyectos?
—De novela, no. De guiones de cine o televisión, muchos. Estoy trabajando en estos momentos en dos guiones a la vez, sobre conflictos de tipo cultural, de tipo social.

(Amparo Vázquez: "Me inspiran las vivencias cotidianas narradas con humor", Primeras Noticias, 2002)