Autors i Autores

Aurora Díaz-Plaja
1913-2003

Entrevistes

Sin duda es usted un testigo excepcional de la evolución de la literatura infantil y juvenil en España. ¿Podría resumir, a grandes rasgos, esta evolución?
–Esta respuesta requiere casi una tesis doctoral. Los niños han sido descubiertos en nuestro siglo. Antes eran hombres y mujeres pequeñitos. Vestían igual que los adultos. Véase Las Meninas. Ahora, incluso los libros son ad hoc. Y que conste que gracias a los cuentos de Calleja de mi infancia, a las adaptaciones perfectamente adecuadas de Mª. Luz Morales, y a las ilustraciones geniales de Segrelles en la colección Araluce de mi preadolescencia, he sido lectora apasionada.

Cómo valoraría el momento actual de nuestra literatura infantil y juvenil? ¿Cree usted que es equiparable a la que se hace en el resto de Europa?
–El momento es perfecto: hay buenos autores, excelentes ilustradores y editores conscientes. Pensad que el primer libro europeo escrito en lenguas románicas y dirigido a los niños fue Doctrina Pueril, que Ramon Llull escribió en el siglo XIII.

"La vida es corta pero ancha" es una de esas frases que a usted le gusta repetir y que, realmente, la definen: bibliotecaria, periodista, crítica, escritora, traductora, investigadora, conferenciante, animadora… ha hecho de todo en el ámbito del libro infantil. Pero, de todas sus actividades, ¿cuál destacaría especialmente?
–¡Todas! Cronológicamente la escritora nació en 1950, al cumplir 2 años mi primera hija. En 1933, dos meses antes de cumplir 20, obtuve el título de bibliotecaria con el que todavía vibro vocacionalmente –aunque burocráticamente esté jubilada desde 1988–. Como crítica, he seguido más aún mi lema "leer para hacer leer". Borrad lo de investigadora, no lo soy. Sustituidlo por lo de periodista, pues soy titular de la promoción "Poblet" de la Escuela de Periodistas en 1953. Como traductora, confieso que cuando un libro me gusta encuentro una gozada enorme poder traducirlo. Acepto que en mi labor como animadora me gusta más lanzar consignas lectoras por escrito –por ejemplo mis mil y una Guías de lectura– que de palabra. Sin duda, esta última vertiente de mi polifacetismo, el de conferenciante, es mi trauma: no sé hablar. Y, menos todavía leer en voz alta. […]

Suponga que le nombran a usted Ministra de Cultura. ¿Qué medidas tomaría en el sector del libro infantil?
–No quiero suponerlo. Dimitiría enseguida. ¿Por qué no planteamos la cuestión con más fantasía? Por ejemplo, ¿Qué haría si tuviera una varita mágica de hada buena, aunque sólo pudiera formular tres deseos?

En primer lugar, crearía bibliotecas piloto para los estudiantes de Magisterio a fin de que todos los futuros maestros aprendieran, de manera práctica, que existen libros infantiles y juveniles lúdicos.

El segundo deseo sería que cada escuela e instituto tuviera biblioteca escolar; y por último, que en parques y jardines, además de columpios y toboganes, hubiera bibliotecas infantiles: "El recreo del recreo", como me lo definió un lector de la primera biblioteca de zona verde, la Biblioteca Infantil Josep M. Folch i Torres, nacida hace 30 años y ahora colapsada. ¿Puedo añadir un cuarto deseo a mi varita? ¡Que se vuelva a abrir la biblioteca Folch i Torres del Parque de la Ciudadela!, y que se inaugure la Apel·les Mestres en la Sagrada Família, como yo anuncié en una inocentada periodística, el 28 de diciembre de 1980.

¿Cuál cree usted que es hoy el papel de la escuela en la formación de lectores?
–La escuela enseña a leer. Si no dispone de una biblioteca escolar, es como si una escuela de natación no tuviera piscina.

Prácticamente sesenta años de su vida dedicados al mundo del libro infantil… ¿Ha merecido la pena?
–Me asombra la pregunta. He vivido, he vibrado, he gozado, he fecundado con esta dedicación, y me consta que he dispersado en amigos y colegas de todas mis profesiones las semillas de mi entusiasmo vocacional, de mi dinamismo y de mi alocado savoir faire. ¿Cómo no va a merecer todo esto la pena?

(s/s: "Aurora Díaz Plaja. Escritora, crítica literaria y bibliotecaria", CLIJ, núm. 56, 1988, p. 22-24)