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Francesc Payarols
1896-1998

Entrevistes

¿Cómo llegó a convertirse en traductor, y en un traductor tan versátil?
–Por una curiosidad intelectual. A mí lo que me interesó desde adolescente era hacerme una cultura, y los idiomas en este sentido me hicieron las veces de auxiliares. Aprendí lenguas prácticamente de manera autodidacta, porque desde muy joven tuve que trabajar (hice de ayudante de contable durante 20 años), y sólo robándole horas a la noche –y a los ratos de ocio– era factible dominar la mecánica de cada idioma, su gramática sobre todo. Una vez me atropellaron cuando cruzaba la Via Laietana, absorto en un carnet de vocabulario.

La primera lengua que asimiló usted fue el alemán?
–Bueno, yo tenía, gracias a unos estudios de Magisterio, una base bastante sólida de francés. Por otra parte, amante como he sido de la historia, la obra que a mí me formó más fue indiscutiblemente la Història de Francia de Michelet en 20 volúmenes. Ahora bien, a los 15 0 16 años oí en Barcelona un concierto de música de cámara tocado por una formación alemana. Ese día me dije: "¿Por qué no te lanzas al alemán?". Encontré un profesor polaco muy exigente, Ernest Lessner, y durante unos meses hice con él grandes progresos. Pero el sultán Mulei Afit lo contrató como secretario y tuve que arreglármelas solo, estudiando como un negro. Al ganar la Primera Guerra Mundial los aliados, di otro paso adelante y decidí estudiar inglés. Contraté a otro profesor, pero una vez más fue mi voluntad y un sinfín de lecturas (Walter Scott, William Thackeray, Charles Dickens) las que me aseguraron el dominio del idioma.

Cúales fueron los estímulos que lo llevaron a aprender el ruso?
–Otra vez musicales. A principios de los 20 vino al Liceu una compañía de ópera rusa, que interpretó el repertorio habitual, Rimsky, Chaikovsky, Mussorsky. Bien, a mí escuchar al bajo Tchaliapin cantar Boris Godunov me dejó flotando, me sentí sucumbir a aquella fonética. Y a los pocos días, me compré una Gramática suscinta de la lengua rusa, según el método Gaspey-Otto-Sauer.

Con el ruso, usted se las apañó también solo?
–No, me di cuenta de que sin ayuda no saldría airoso, y por medio de una academia, contacté con una señorita rusa, Sonia Davidof, que tuvo a bien darme una serie de clases particulares muy provechosas. Pero al cabo de un tiempo, pretextó otras obligaciones, y quiso dejarme. Le dije que no podía ser… ¡porque estaba enamorado de ella! Nos casamos y hemos vivido juntos 55 años, hasta hace sólo 15. Mírela, ahí la tiene, dibujada al carbón por Luís Sánchez Sarto.

En qué lengua debutó usted como traductor?
–En ruso. Por entonces, en Cataluña nadie sabía una palabra en esta lengua. Un día me topo en la calle con un amigo que trabajaba como técnico en la editorial Proa."¿Tú sabes ruso?", me suelta, perplejo. Me presenta a Joan Puig i Ferreter, interesadísimo en traducir al catalán a los grandes escritores del XIX. Me prueba con un capítulo de Los hermanos Karamazov y, satisfechísimo con el resultado, me da a traducir, ahora ya en serio, Pares i fills de Turgueniev. Para Proa traduje a partir de ese momento L'etern marit de Dostoievski, varios Tolstoi, Tchejov, Iama de Kuprin, El femer de Saltikov-Chedrin... Andreu Nin llamó por entonces desde Moscú diciendo que quería traducir Ana Karenina, la liquidó muy deprisa, y pidió Crimen y castigo. Era un gran trabajador. Después solicitó Los hermanos Karamazov, pero esta obra me la habían reservado a mí, y yo llevaba adelantada ya una parte. Entonces Puig me pidió si me daría igual dejar los Karamazov y ponerme con otro clásico. Cedí, pero luego Nin, al enfrentarse a Trotsky y Stalin, tuvo que salir a escape de Rusia, y los Karamazov al final ni los tradujo él ni los traduje yo.

¿Nin y usted se frecuentaron cuando él vino a Barcelona?
–Sí, claro, él fundó el POUM y se empeñó en que yo escribiera artículos para ellos. Una vez me planté: "Mira, le dije, siento por ti una gran admiración, pero tienes un gran defecto: eres un fanático de la revolución. Y yo soy solo un hombre de letras". Por entonces (estamos ya en la guerra civil) los rusos enviaron a España dos embajadores, uno a Madrid y otro a Barcelona. Aquí mandaron al general Vladimir Antonov Ovseenko, y desde la Generalitat me pidieron que le diera clases de catalán. Yo me escabullí, pero insistieron. "De acuerdo, les dije, pero iré al consulado como un lampista que va a arregar unos grifos." Desde entonces, un cochazo oficial ruso con la bandera roja, la hoz y el martillo, me pasaba a recoger por casa, ante el pasmo de mis vecinos. Di a Ovseenko unas cuantas clases, pero él se las tomaba bastante a la torera. Aquí había venido a luchar contra los trotskistas. La verdad es que, a primera vista, era un tipo bastante tratable, incluso "charmant", aunque sus progresos en catalán no pasaron de saber gritar "Visca Catalunya!" y poco más. Por cierto, ni él ni la Generalitat me llegaron a pagar las lecciones. Ovseenko se marchó poco después a su país, reclamado por sus superiores. Antes de irse, me preguntó:"¿Quiere usted acompañarme?". Después supe que Stalin lo purgó.

Esas clases de ruso, ¿le valieron alguna represalia después de la guerra?
–Pasé tres semanas en la cárcel, y desde entonces se me tuvo por "rojo". Eso me trajo bastantes dificultades a la hora de encontrar nuevos trabajos. Conseguí una plaza de interino de alemán en La Seu d'Urgell gracias a que el alcalde, el señor Fité, tuvo a bien interceder por mi persona. En La Seu impartí clases durante veinte años, y posteriormente pasé a Lleida, donde me jubilé como docente. Mis antecedentes "políticos" me privaron por cierto de ejercer de profesor en Barcelona, en donde saqué el número uno en unas oposiciones. Al final, la plaza se adjudicó a un capellán que tenía "padrinos".

¿Cómo resumiría usted su trayectoria humana e intelectual?
–No lo sé. Supongo que he sido sobre todo, y hasta que perdí la buena vista, un lector voracísimo, curiosísimo, de muchas lenguas, de muchos saberes. Y he podido blasonar, como Cervantes, de que cuando encontraba de crío cualquier papel por la calle, lo recogía simplemente para leerlo.

(Carles Barba: "Entrevista a Francesc Payarols, traductor, que cumple 101 años", La Vanguardia, 14 de setembre de 1997, p. 67-68)