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Laia de Ahumada

Entrevista a La Vanguardia

— Nada te turbe / Nada te espante / La paciencia todo lo alcanza / Dios no se muda / Sólo Dios basta...

Hermoso.
— Es mi poema favorito. De mi antepasada santa Teresa de Jesús, que firmaba Teresa de Ahumada...

...Y Cepeda, creo recordar.
— Su otro apellido era ese de judía conversa, sí. Mi padre ha reconstruido todo nuestro árbol genealógico hasta incluir a la santa.

¿Usted se lo cree?
— Yo creo en la poesía. Soy doctora en Filología Catalana y me especialicé en poesía mística femenina del siglo XVI y me apasiona escribir biografías femeninas.

Y ahora de monjas.
— He descrito la vida y a veces hasta milagros de veinte monjas de nuestros días.

¿Cuál es su favorita?
— Me apasiona el trayecto vital de una monja con la que seguro que se habrá cruzado en la calle usted algún día sin saber que lo era.

¿Una monja de incógnito?
— Sí, vive y duerme en la calle, entre cartones, con los demás sin techo en los cajeros automáticos, en las casas desocupadas, en las porterías, en los bancos de los parques o en los solares de un céntrico barrio barcelonés.

¿Tampoco puede decirme su nombre?
— Ella me ha pedido que no lo revele. Es catalana, de Granollers, ya metida en los 60. Estuvo 28 años con los desheredados de Filipinas en las Vedrunas hasta que llegó a ese punto en el que ya no te es suficiente vivir por los pobres, necesitas vivir como ellos. Y esta monja, además de vivir con ellos y como ellos, quiere morir con ellos.

Personaje singular sin duda.
— Me impresiona el compromiso vital de esta mujer con los marginados y cómo emana de un profundo deseo de vivirlo en profundidad. Ese deseo de autenticidad impregna la vida de esas veinte monjas que he conocido; ha sido emocionante compartirlo con ellas.

¿De verdad alguien puede hacer algo por los que viven en la calle?
— Salvarles la vida. En Barcelona ya no se muere de hambre, pero sí de soledad.

¡También los ricos la sufren!
— Los pobres, créame, están más solos.

Le creo, hermana.
— Acompañar a los sin techo mejora su autoestima y poco a poco podemos conseguir que mejoren su vida. Desde luego, no resulta fácil, pero simplemente preguntarles cómo están cada día les hace sentir que hay alguien a quien les importa su vida. Y eso marca una enorme diferencia. Es mucho.

Usted es un poco monja también.
— Yo soy "monja de Sant Agustí: dos caps en un coixí" (monja de San Agustín: dos cabezas sobre una almohada). Estoy casada, pero siento un compromiso con los pobres.

¿Tuvo usted su momento epifánico?
— Sí, un día entraba en el parking de casa, en Sant Gervasi, y me tropecé con un sin techo barbudo, sucio, maloliente y desdentado.

Un susto.
— Sí, al principio, sí, pero después también una desazón muy especial en mi interior. De repente, me cuestioné muchas cosas...

¿Y cambió su vida?
— Un día me enteré de que aquel hombre había muerto y me di cuenta de que nunca llegué a conocerlo. Y entonces lo sentí como si fuera alguien muy próximo.

¿Qué hizo?
— En 1999 montamos un lugar de asistencia para los sin techo y hoy sigue en funcionamiento. Es el centro Heura de la cripta de Els Josepets en la plaza Lesseps. Allí hoy atendemos a doscientos sin techo.

¿Qué hacen por ellos?
— Preguntarles cómo están ya es mucho. Como nadie les saluda y todos cruzan la acera para ni siquiera rozarles, están acostumbrados a que nadie les hable. Además, tenemos una ducha, un ropero, una sala y un grupo de voluntarios que les acompañan.

¿Cuántos sin techo hay en Barcelona?
— La cifra oficial es de ochocientos, pero yo creo que son muchos más. Y ahora más, con la crisis de la construcción. Esos sin techo son una bomba de relojería en los servicios sociales de la ciudad.

¿Por qué acaban en la calle?
— Alcoholismo, problemas mentales, marginación inmigrante: hoy tenemos muchos alcohólicos de países del Este.

Habla usted en masculino.
— Las mujeres saben cuidarse mucho más y espabilan antes: tienen más recursos.

¿Aprende usted algo de ellos?
— Ante ellos no hay máscaras que valgan: eres tú tal como eres, porque están más allá de toda formalidad y toda hipocresía.

Me imagino.
— Al tratarlos te das cuenta de lo mucho que dependemos todos de las jerarquías y de las apariencias. En cambio a un sin techo tu posición le da igual: él no tiene nada y te ve a ti sin nada, tal como eres.

Tampoco deben de ser unos angelitos.
— No he dicho eso. Muchos son muy racistas, porque son precisamente quienes compiten con otros sin techo de otros países y otras etnias para sobrevivir en la calle.

¿Hay algún ex millonario entre ellos?
— Sí, yo he conocido algunos.

¿No es una leyenda urbana?
— No es tan difícil caer en la espiral del fracaso, el alcohol, la depresión, el abandono, la ruptura con la familia, la calle...

¿Recuperan alguno?
— La mayoría recae, pero siempre vale la pena volver a intentarlo.

(Lluís Amiguet: La Vanguardia, 29 d'agost de 2008)