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Sergi Pàmies

2. Diari La Vanguardia, setembre del 1992 [en castellà]

Sergi Pàmies puso hace dos años su "primera piedra" novelística. Como ya ocurrió con sus anteriores libros de cuentos, La primera pedra tuvo muy buena acogida. El escritor construyó en ella una historia a partir de la figura de un suplente, un tema que le obsesionaba. Después de aquella experiencia, ha sentido la necesidad de acometer algo distinto, ya que no le gusta hacer siempre lo mismo. Tras un intento de plantear una historia de acción, se ha decidido finalmente por una novela coral, en la que se sitúa como "observador" de una serie de personajes, entre los que no faltan animales e incluso objetos. Un pequeño pueblo imaginario sufre una noche un apagón y una serie de personajes viven distintas peripecias mientras se prolonga la falta de fluido eléctrico. Esta es la síntesis de L'instint, que la próxima semana pone a la venta Quaderns Crema.

—La opción por una novela coral, ¿ha supuesto un reto personal?

—Quería variar, huir de la primera persona y del punto de vista único. Pero no me atrevía a ponerme en la piel de tanta gente, y me he limitado a observarlos. Además de personas, hay también cosas y animales. Inicialmente, quería presentar a los personajes de un restaurante, pero era un espacio demasiado cerrado.

La obra tiene un tenue hilo argumental, proporcionado por el apagón, que sirve de pretexto para explicar una serie de anécdotas...
—Así es. Se va la luz, aunque de un modo inverosímil, el punto de partida es casi un juego. Y el argumento es una excusa. Está en la línea de lo que yo hago. No me veo agrandando un argumento con grandes pasiones. Ni mis historias ni mis personajes son heroicos.

¿Concede entonces mayor importancia a la descripción de los personajes que a la propia trama?
—No, no es eso. La trama es igual de importante. Pero me gusta observar a los personajes por el microscopio, bajar al detalle, y eso para mí es el argumento. Me interesa lo que hay detrás de la aparente vulgaridad.

Los pequeños episodios del libro están construidos como flashes. ¿Es por influencia del cine?
—Me divierte la contradicción de explicar de forma cinematográfica una situación en la que falta la luz, y por tanto no se ve nada, o sea, que no se puede hacer en cine. Por otra parte, en el libro son importantes las reflexiones y eso es difícil de explicar en una película.

Al dar vida a una serie de objetos -una maleta, una vela, los elementos de un sueño, una píldora anticonceptiva-, ¿ha querido introducir un elemento fantástico o simplemente se ha recreado en su gusto por el detalle?
—Además de reflejar el detalle, he querido demostrar que en este tipo de situaciones todo adquiere importancia, incluso los objetos. Esa idea de personalizarlos me ha gustado desde que era niño, en que hice una redacción titulada "Soy un reloj", que fue calificada con un 10. Es, por otra parte, un recurso típico de los dibujos animados. Está en la obra de Tex Avery y también en Walt Disney.

Los diferentes episodios están enlazados por una palabra o concepto que se repite al final de uno y principio del siguiente. ¿Es un simple recurso formal?
—Es el viejo juego infantil de ir añadiendo palabras a una misma frase. Es una forma de empalmar los hechos, por los que pasa la misma corriente del principio al final, un sistema de conexión constante. También intento reflejar la imagen poética del río que atraviesa el pueblo. Por otra parte, he estructurado la obra como un "magazine" (aunque sin que se note a simple vista), en el que se habla sucesivamente de comida, viajes, noticias e, incluso, el horóscopo, con un hilo que une los textos. Es también la idea del "zapping".

La reflexión sobre el destino y el azar parece ser un "leitmotiv"…
—Hay una frase sobre el destino de un escritor famoso que se repite en el texto. El azar es una materia muy tratada en la literatura. Pero lo cierto es que las cosas son fruto de casualidades. Hay además una serie de ideas amargas de distintos personajes, que no viven como les gustaría. Es un descontento general, aunque sin moralina.

La ironía aparece muy dosificada. ¿No se prestaba el texto a un tratamiento más humorístico?
—Hay ironía, pero controlada. No hay chistes ni situaciones hilarantes. Y el humor está más en la forma de decir las cosas que en el fondo.

Cuando acabó la primera novela, declaró que tenía ganas de escribir algo de acción, pero aquí no parece que ocurran muchas cosas.
—Creo que hay mucha acción, aunque no quizá del tipo que comunmente se entiende. Después de La primera pedra quise hacer una cosa con mucha acción, pero no me gustaba y lo dejé. Prefiero adoptar la posición de observador y especular. Me interesa más lo que pasa dentro de los personajes. En el libro ocurren muchas pequeñas cosas.

¿Le gustan los personajes grises, las vidas poco extraordinarias?
—En efecto.

Ha dejado el marco urbano, para situarse en el rural. ¿Le importa que le cuelguen esas etiquetas?
—Yo bromeo diciendo que ésta es una novela "rurbana", un término que han inventado los sociólogos franceses para referirse a los que viven en la ciudad y trabajan en el campo, o a la inversa. Soy contrario a las etiquetas. La novela se desarrolla en el campo y en parte en la ciudad, pero eso es sólo el escenario. Quise situar la acción en un lugar que no me resultara familiar, y elegí un pueblo con elementos de postal.

¿Por qué eligió L'instint como título?
—El instinto es algo que, sin nombrarlo, está presente en todo. Tanto los animales como las personas se mueven por instinto. Y yo también. El azar es primo hermano del instinto, y éste puede influir decisivamente sobre el destino.

(Rosa M. Piñol. "Me gusta observar a los personajes por el microscopio", La Vanguardia (Barcelona), 5 de setembre de 1992, p. 37-39)