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Sergi Pàmies

6. Diari La Vanguardia, setembre del 2006 [en castellà]

Una obra de madurez sobre la madurez. Sergi Pàmies regresa, seis años después de su último libro –nunca mejor dicho: se titulaba L'últim llibre de Sergi Pàmies–, con un nuevo conjunto de relatos, Si menges una llimona sense fer ganyotes (Quaderns Crema), en el que explora sentimientos, problemas y vivencias del hombre en la edad madura (en la cuarentena larga). Relacionada temáticamente con sus dos recopilaciones anteriores –La gran novel·la sobre Barcelona y L'últim llibre–, esta nueva entrega, que se pondrá a la venta el viernes, es relativamente breve pero de gran ambición literaria. Algunos de los cuentos –veinte en total– son impactantes. La soledad, las dependencias familiares, la fatalidad y también la muerte están presentes en la obra, cuya dureza de fondo es compensada con pinceladas irónicas o tiernas.

—Nunca había tardado tanto entre la publicación de un libro y otro.

—Cuando terminé L'últim llibre... ya tenía la intención íntima de cambiar de ritmo y dejar de hacer un libro cada dos años. Necesitaba otro proceso de destilación más amplio. Soy un obseso de la corrección y todo este tiempo me ha permitido hacer diversas revisiones de los textos. Por otra parte, ello permite que el proceso vital, que influye en lo que escribes, sea también más dilatado: en este caso, mi etapa de los 40 a los 46 años, en la que me han ocurrido muchas cosas.

El título del libro habla de la acidez del limón y las muecas que nos produce. ¿Es posible afrontar la vida sin hacer muecas?
—Hemos de desear que sea posible, no hay que perder la esperanza. Pero no, en realidad no lo es. Elegí el limón porque tiene un doble valor: es amargo pero también refrescante, es ácido pero a la vez medicinal: mi madre me contó que en los años cincuenta en Moscú los limones se vendían en las farmacias. En la vida hay muchas cosas amargas y corrosivas, pero lo mismo que te hunde es lo que te salva. La idea del título en realidad la tuvo mi hijo, que escuchó la frase por la radio, y también me sirve para rendir un pequeño homenaje a Calvino, que tiene un título condicional similar: Si una noche de invierno un viajero.

¿Están sus relatos marcados por la resignación ante las situaciones cotidianas amargas?
—El tono que domina es más bien de fatalidad. Pero se trata de convivir con ella.

Sus últimos tres libros de cuentos participan de un universo temático. ¿Forman una especie de ciclo?
—Sí, corresponden en efecto a un mismo mundo. Hay un elemento que les da unidad biográfica: los hijos. Cuando escribí Sentimental, estaba embarazado; los libros siguientes ya los he escrito siendo padre. Además, en este último, con mis padres ya muy mayores. Todo este entorno, que es el de mi generación, influye en el tema de las ficciones.

Mi anterior libro era un reflejo de la sandwich generation: los atrapados entre los hijos muy pequeños y los padres mayores. Toda esta problemática familiar es algo relativamente silenciado en la ficción. No se explica demasiado el reto emocional que supone, cómo lo interiorizas.

Las relaciones de dependencia familiar afloran en su libro.
—Es que amar –a los hijos, a la mujer, a los padres– se convierte en una adicción, crea dependencia, eres una especie de yonqui de la familia. Te esclaviza, aunque te da vida. Hay un paralelismo entre las adicciones de la juventud, deslumbrantes, destructivas, pero individuales, que mi generación vivió, y las colectivas: el trabajo, la familia.

¿Por qué la muerte está tan presente en el libro?
—Diría que, más que la muerte, es el miedo a la muerte ajena, a la desaparición de tus seres queridos.

Hay un cuento en el que describe la muerte de una gota de agua, que se pierde en el fregadero al poco de asomar por el grifo, y que parece simbolizar la fugacidad de la vida.
—Sí, pero también es un intento de relato de animación, como una historieta de la factoría Pixar.

En sus historias mueren seres queridos: un hijo, los padres… Y el hombre queda a la deriva, como el iceberg que utiliza como metáfora.
—Es una metáfora que me viene de la sospecha real que siempre he tenido de que, contra lo que aseguran, en realidad no hay nada debajo de los icebergs, todo es un engaño. Sí, claro, es una imagen metafórica. Pero no siempre vamos a la deriva, sólo en los casos en que se produce una situación límite.

En su libro domina el pesimismo vital. Como cuando describe la soledad del hombre separado.
—Eso también corresponde a mi franja de edad. Hay una gran superficie de inestabilidad sentimental, y con muchas obligaciones por medio. Hay un cuento que a mí me gusta mucho que es el titulado "Sang de la nostra sang", en el que una pareja en principio feliz, que todo lo ha ido haciendo bien, tiene que separarse porque su hija quiere ser normal como sus compañeros de clase, cuyos padres están separados. Está escrito como caricatura.

(Rosa M. Piñol. "Mis relatos están marcados por la fatalidad", La Vanguardia (Barcelona), 5 de setembre del 2006)