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Maria Català

Coberta del llibre El alcalde de la Malena.

El alcalde de la Malena

LA CUEVA DE LA MALENA

Cuando mi madre dejó Doña Mencía tenía catorce años, una preciosa sonrisa a la Mona Lisa, una naricilla respingona. Una mirada clara y una amplia frente que denotaba su inteligencia, entereza y fuerza de voluntad.

Eso y una madre, que no había podido resistir los embates de la vida, era todo lo que tenía para salir adelante.
Marcharon de Doña Mencía y se fueron a vivir a Baena que está a unos diez kilómetros de distancia.

Baena (cabeza de partido) eran dos pueblos en uno, o tres para ser más precisos.

Desde el Llano hasta la Plaza Vieja vivían los dueños del pueblo con sus señoras y familias. Al otro lado de la Plaza Vieja, San Juan y el barrio de la Cava que era donde estaban los prostíbulos. Y a continuación venia el barrio de las cuevas de la Magdalena conocido por “La Malena”.

En ese barrio nací yo y diez de mis once hermanos.

Decía Jorge Manrique que:
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.


Tenía razón en esto y en todo lo que en sus coplas decía, pero siendo verdad que la muerte nos hermana, que diferente era la vida en Baena naciendo en uno u otro lado de la plaza.

Parir se pare con el mismo dolor pero si la madre tiene al lado alguien que la coja de la mano, que le seque el sudor o las lagrimas, que por la noche en la cama la acoja entre los brazos, que la bese en los labios o en la frente, que la acune, que le diga que la quiere y la acompañe en los momentos felices y en los que no lo son tanto, la pena se achica y vivir no pesa tanto.

Mi madre parió ocho veces en la cueva, en tres de los partos alumbró mellizos, y volvió al cabo de los años a parir en Cataluña.

De los doce, ocho se le murieron.

Los niños que morían del lado de los señoritos eran llorados por todos los familiares y su madre acompañada en el dolor por curas y autoridades. Cuando el que moría era uno de los hijos de la Antonia, algunos pensaban un desgraciado menos que la pobre tendrá que alimentar. Por lo que el suyo era un llanto silencioso y su dolor un dolor en solitario.

Ella, pese a tener tantos hijos, nunca tuvo marido ni tuvieron sus hijos, a excepción de la última, otros apellidos que los dos que ella les daba.

Tampoco, mientras vivió en Baena, recibió asistencia a la hora de parir. Ni medico ni comadrona se asomaron por la cueva al oír sus gemidos de dolor.

Por suerte estaba Luz, una mujer del pueblo llano que, sin tener estudios ni títulos, era la que acudía a socorrer a las mujeres de la Malena cuando iban a dar a luz.

Luz era el nombre que le pusieron al nacer, quizás fue ese nombre la que la animo a ayudar las parturientas que, como mi madre, no podían pagar los servicios de una partera.

(Del llibre El alcalde de la Malena)